Soy Juan Preciado, vivo con mi madre y padre en un
pueblito pequeño a no más de cinco horas de la civilización, mi pequeña Cómala,
ha visto cada uno de mis pasos y tiene en sus calles los recuerdos de mi
pasado, mis enseñanzas, mis tropiezos, mi historia.
Recuerdo que cuando tan solo tenía 6 años corría de
cuadra en cuadra el camino más aventurado y mas terrorífico al que haya podido
enfrentar, todos los días a las nueve de la mañana mi querida madre Dolores me
arreglaba y alistaba para poder salir camino a mi escuelita.
Me enfrentaba a dragones gigantes de todos los colores,
corría tras los arboles porque pensaba que con verme me tragarían y me
llevarían muy lejos de mi camita, y claro mi mami, saltaba huecos tan amplios
que respiraba profundo y cogía impulso para poder pasarlos, me enfrentaba a
animales de cuatro patas que creían que yo era uno más de sus juguetes, me
perseguían con el deseo de sostenerme en su boca y sacudirme, cada vez que veía
que uno se aproximaba, caminaba a su lado sin siquiera mirarlo como si no
existiera, ¡tal vez así no notaban mi existencia! No era casualidad que cuando
huía de las serpientes enredadas a unos cuantos pasos de mi escondite favorito me
encontrara con Doña Eduviges, la odiaba, cada vez que me veía me hacía sentir
como si tuviera tres años, agarraba mis cachetes con tanta fuerza que duraban
tan rojos como un semáforo hasta que volvía a mi casa, me hablaba con el tono más
agudo que cualquier humano se pudiera imaginar y cuando me la encontraba me
decía lo mismo-Que guapo amiguito, cada vez te pareces mas a mi esposo Rogelio,
lástima que el bus de las ocho no lo quería- me hacia recordar el día en que
atropellaron al pobre Rogelio, yo estaba jugando en la ventana de mi casa cuando
de repente escuche un fuerte estruendo e inmediatamente todas las personas de
la cuadra salieron a ver lo que había sucedido, púes el bus que siempre pasaba
a las ocho no noto cuando el señor Rogelio intentaba pasar la calle.
Después de unos nueve años la pobre Doña Eduviges
continuaba en su casa y cada vez que me veía pasar me decía lo mismo de
siempre, para mí era la rutina pero seguro para ella era el recuerdo de su
amado esposo.
Pasaron muchos años, ni siquiera puedo decir cuántos, ya
era un hombre, tenía el deseo que tienen todos, ser feliz, pero aunque amara mi
Cómala con todo el corazón sabía que no podría ser feliz allí, cada vez el
pueblo estaba más y más acabado, no encontraba un lugar en el que me sintiera
cómodo o no conocía gente que me pareciera interesante, por esto decidí partir.
A la civilización, a las grandes ciudades, ese se
convirtió en mi deseo, y al cabo de un par de días me encontraba en un bus con
destino a mi nueva vida.
No conocía nada, pero si recordaba cuando una vez mis
padres me habían llevado en uno de mis cumpleaños a uno de los más grandes parques de
diversiones, ¡el mejor cumpleaños que tuve!
Me instalé en la casa de uno de esos primos lejanos, de
esos que no recuerdas pero sabes que los conoces, nos conocimos mejor y
resultamos siendo muy buenos amigos, me mostró toda la ciudad de esquina a
esquina y me enseño por donde era bueno andar.
Después de conocer las maravillas y la espectacularidad
de la que todos hablaban en el pueblo, me sentía identificado, definitivamente
ese era mi lugar, comencé a trabajar y a estudiar al mismo tiempo, conocía
personas y admiraba a muchas.
Comencé trabajando en uno de los restaurantes de mi tío,
ahí también trabajaba mi primo, uno de los lugares donde también nos hicimos
muy buenos compañeros.
Un día, mi primo que se llama Miguel, me invito a comer a
uno de los lugares más exóticos de la ciudad, llegamos al sitio y lo primero
que vio Miguel fue a una de sus amigas de la infancia, quede sorprendido de lo
hermosa que era pero aún así no dije
nada, Miguel fue a saludarla y casi con el mismo afecto que pareciera que
tenían cuando eran pequeños, hablaron un rato y después mi primo se acordó de
que existía y la invito a comer con nosotros, ella acepto y llego a la mesa,
Miguel me presento y ella dijo su nombre, pero era tan hermosa que ni recuerdo
que estaba pensando cuando lo dijo. Terminamos de comer algo tarde pero
recuerdo como si mi primo y yo estuviéramos más que conectados que le dijimos
que la acompañaríamos hasta su casa, y así fue, la acompañamos, nos despedimos
y fuimos a descansar.
Volvimos a la rutina de nuestras vidas, yo, disfrutaba
segundo a segundo lo que estaba viviendo, aunque solo podía pensar en mi Cómala,que
seguramente podría estar haciendo mi madre y mi padre, entraba en la necesidad
de volver y abrazar todos los días a mi familia, pero aún así, pensaba que
sobreviviría a cualquier cosa que se me enfrentara.
Una noche cuando volvía del trabajo y me enfrentaba a los
dragones llamados carros y las serpientes llamadas matas, vi a lo lejos del
camino, una cuadra mas allá para donde yo iba a una joven, era igual a la amiga
mi primo, a la hermosa sin nombre, decidí seguirla, noté una mirada necesitada
y fría, como si llevara tres mil años sin parpadear una sola vez, me encontré
con ella, no hizo nada, pareciera que uno de los dos no estaba ahí, vi que en
sus manos tenía una manta azul celeste como con la tela más suave y fina que
nadie pudiera poseer, me estiro sus brazos como si me la ofreciera, no sabía
qué hacer, solo mi mente decir ¡corre, corre! Pero como buen caballero no lo
hice, tome la manta como si fuera un bebe recién nacido y en mi mente solo
pasara que esa hermosa no fuera una loca que que hiciera algo inesperado,
cuándo la tomé dijo:¡ Cómala, Cómala, Cómala! No entendí que quería decir, era
mi pueblo sí, pero era raro que alguien lo conociera.
Noté que en lo lejos se acerba alguien, voltee y en menos
de un segundo la joven desapareció, como todo un caballero decidí partir hacia
mi casa o al menos a aclarar lo que había sucedido.
Abrí la manta y lo primero que encontré fue la foto de
Doña Eduviges y su esposo Rogelio el día de su matrimonio, me preguntaba porque esto me había llegado a
mí, seguramente alguien pudo haber escuchado que venía de Cómala pero creo que
es imposible.
La curiosidad me mataba, al día siguiente salí para mi
Cómala.
Llegue a casa, saludé a mis padres y entre a mi antigua
habitación intentando recordar el abrazo suave de mis sabanas cuando era hora
de dormir, dormí como nunca aunque la cama me llegara a las rodillas, pero en
fin, era mi Cómala.
Al día siguiente decidí ir a buscar a la Doña Eduviges,
fui a casa pero no había nadie, entre a su jardín y el habitual muñeco que me
atormentaba cuando caía mi pelota en su patio no estaba, entré a la casa, vi a
la misma joven de hacia unas noches, la hermosa sin nombre, la que en menos de
dos segundo se convirtió en la loca esquizofrénica de mi vida, estaba sentada,
con un vestido del mismo color azul celeste de la manta que llevaba en mis
manos, la misma que ella me había entregado.
En menos de un segundo la habitación se tornó más oscura
de lo pudo haber estado, no entraba ni el reflejo de lo estuviera afuera, entré
en pánico y lo primero que dije fue: ¿Qué pasa? ¿Qué hice?
La voz dulce que esperaba de la loca esquizofrénica se
terno como la de un hombre que tuviera más de un problema para hablar, dijo: ¿Dónde
está Eduviges?
No pude responder, el miedo se apodero de mí, solo quería
salir corriendo y olvidar lo que estaba pasando, y en un instante me encontraba
acorralado en una esquina atado de manos a pies como si fuera un cerdo en fila
para su funeral.
Empecé a gritar y
la voz terrorífica me intento callar, solo decía como si pensara que yo supiera
donde estaba, despareció, le grite,--nooo, esta dentro de ti- ¿Qué? Imposible
fue lo que pensé – quiere hacer lo mismo que hizo con su esposo-dijo la voz, en
ese instante mi cuerpo adormecido entro
en una habitación donde estaban todo los cuerpos muertos de hombres que yo
conocía desde mi infancia.
Parpadee.
No sé qué sucedió, intente controlar a Doña Eduviges pero
en ese instante ante la espada y la pared me encontraba yo- nada va pasar dijo
una voz de mujer en mi mente, eres el ultimo y viviré.
Recordé una de esas revistas raras que leía mi madre
cuando se iba a dormir, recuerdo que le pegunte que sucedía con las personas
cuando sus almas se quedaban en la tierra, y me conto que solo las almas que
quedaban en la tierra tenían que asesinar a mas de 10 hombres en un mes para
poder elegir donde estar el resto de sus no vidas.
Y ahí me encontraba
yo entre la espada y la pared, entre una alma en pena y vida plena.
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